Los Presidentes no lloran

Patricio Saavedra,
académico del Instituto de Ciencias Sociales
Universidad Estatal de O’Higgins.
Indudablemente, una de las grandes fortalezas del Presidente Boric es tratar de demostrar incesante e incansablemente una alta cercanía con las personas.
A pesar de que esta cercanía se puede plantear como genuina, y no simplemente como una estrategia para obtener beneficios políticos, la sobreexplotación desmedida del atributo «cercanía con la gente» se ha ido transformando en uno de los puntos más críticos del actual gobierno.
Esto, ya que el actuar bajo una mal entendida premisa de «liderar como uno más» ha impedido al Presidente erigirse como un auténtico Jefe de Gobierno, quién desde una distancia prudente se ponga al frente de su equipo de gobierno, supervigile a sus ministros y ministras, establezca un rumbo político claro, y lidere una agenda de gobierno que pueda ser comprendida por las grandes mayorías.
En lugar de lo anterior, estos últimos días los chilenos y chilenas hemos visto en escena a un Presidente errático, incapaz de gestionar las presiones de las coaliciones que «habitan» su gobierno, y que se presenta como una figura moldeable a los ires y venires del partisanismo.
Peor aún, en la bochornosa ceremonia de cambio de gabinete, vimos a un Presidente sobrepasado por la emocionalidad, una figura que en vez de liderar un proceso de recambio de colaboradores manteniendo las formalidades y protocolos requeridos dedicó su tiempo a los abrazos y llantos, como si todo se tratara de una despedida de curso o una reminiscencia del quiebre Bachelet-Peñailillo.
Si bien es cierto que una de las principales causas de la crisis política actual es la alta distancia percibida entre las personas y autoridades políticas, la sobreexplotación de la «cercanía con la gente» y una sobrexposición de su emocionalidad podría tener efectos contraproducentes en la figura del Presidente.
Por un lado, la figura presidencial podría percibirse como débil y timorata en cuanto no lograría plantearse como capaz de dirigir los destinos del país bajo una hoja de ruta inclusiva y blindada tanto a críticas como a jugadas políticas de última hora.
Lo anterior, se vuelve más relevante aún si se considera que en estos momentos el Presidente requiere una base política amplia para implementar su programa de gobierno, y por tanto, debe lograr ser percibido como una figura de autoridad tanto por sectores más cercanos a la ex concertación como a la derecha liberal.
Por otro lado, en la exacerbación del despliegue emocional, la figura Presidencial podría caer rápidamente en descredito en tanto podría no ajustarse a las expectativas que las personas tengan de quién ostente el cargo para dar solución a las grandes problemáticas que les afectan como son las altas tasas de criminalidad, los problemas de orden público, y la crisis económica.
Esta situación empeoraría aún más si se considera que el Presidente gobierna con un conjunto de colaboradores y funcionarios de gobierno que han demostrado un desprecio sistemático a la importancia de las formas y protocolos en política, mientras que basan su actuar en simbolismos y retóricas vacías en contenido y estrategia política.
Considerando todo lo anterior, es relevante plantear que para robustecer su figura en vastos sectores de la población y avanzar en su programa de gobierno, el Presidente debería mantener la máxima de que los Presidentes (y las autoridades en general) no lloran, y si demuestran sus emociones deben ser cautelosos en el cuando, donde, y frente a quiénes lo hacen. Quizás, en el contexto de la muerte de la muerte de Elizabeth II, el Presidente vendría bien en recordar que quiénes ocupan cargos de autoridad deben siempre anteponer el deber a las emociones e intereses personales.